Análisis Metal Gear Solid 3D: Snake Eater

Mil formas de resolver conflictos.

Si de algo puede vanagloriarse la obra de Kojima es sin duda la versatilidad que ofrece para enfrentarse a las diferentes situaciones que se nos presentan, ya sea gracias a Snake, los objetos e incluso el propio escenario, dejando claro que esta tercera entrega saca partido, más que nunca de la variedad de situaciones.

Tú decides qué hacer con los enemigos.

Ahora todo es mucho más estratégico y complejo gracias a la importancia que toma el vestuario del protagonista decidiendo muchas veces el ser descubierto o no. Y es que lo principal es impedir ser avistados por el enemigo prestando atención al porcentaje de visibilidad: cuanto más alto sea más sencillo es pasar desapercibidos.

Y ahí es donde entra el vestuario teniendo a nuestra disposición el clásico uniforme mimetizado para utilizarlo en plena arboleda, negro para los momentos más oscuros e incluso uno “acuoso” para camuflarnos en plena zambullida acuática.  Un pequeño ejemplo de todo un “armario” a nuestra disposición y en el cual también es fundamental elegir el maquillaje correcto para que nuestra cara ayude en una misión más sigilosa.

Entonces la cámara de la consola toma protagonismo permitiendo que nuestras fotografías las empleemos para crear nuevos uniformes (camufoto) luciendo un aspecto mucho más familiar con la cara de nuestra mascota o cualquier elemento que se nos pase por la cabeza.

La opción "Camufoto" permite la personalización de tu vestimenta.

Otra novedad son las tres posiciones de movimiento: en pie, agachado y tumbado. Cualquiera de ellas nos permite apuntar y movernos con las armas ya sea en primera o tercera persona (manual o automáticamente).

No sólo para eliminar a los enemigos sirven las armas ya que dormir e intimidar son otras opciones si optamos por hacer una partida “más limpia”. En ese caso toman importancia el resto de las habilidades como subir a los árboles (manteniendo el equilibrio con el giroscopio), llamar la atención del enemigo golpeando nuestro escondite, interrogarles, distraerles con los frutos o colmenas de los árboles…

Y es que nuestra forma de jugar influye directamente en muchas de las escenas de corte del juego y en el desarrollo del juego en zonas concretas. Un desarrollo repleto de secretos y posibilidades que repercuten en la jugabilidad provocando que en cada nueva estancia nos inventemos una forma de actuar diferente y que sorprendentemente surta efecto, a pesar de que no siempre sea favorable.